Cuando se unificó Italia en 1530, se creó una lotería. Esta lotería semanal se convirtió en un evento muy popular cada sábado, lo que ha propiciado que, desde ese año, hayan sido contados las semanas en las que no se ha celebrado el evento.
Llegado el año 1778, dicho evento traspasó fronteras, llegando a Francia, donde también gustó y fue modificado, llegando a parecerse más a lo que hoy en día conocemos como lotería. Los cartones se dividieron en 3 filas horizontales, y 9 filas verticales. Sobre el año 1800, la popularidad de los juegos basados en la lotería creció y se propagó por toda Europa. Se crearon variantes del juego de corte educativo, para ayudar, mediante el juego, a aprender a los juegos, por ejemplo a deletrear, o a memorizar las tablas de multiplicación.
Lo que en su día comenzó como la lotería italiana, acabó recalando en América, a través de un carnaval itinerante alemán. el promotor de dicho carnaval, supo ver el valor de entretenimiento que tenía el juego, y tenía una carpa en su circo dedicada a este juego, realizando ciertos cambios en el juego para simplificarlo. Por ejemplo, se permitía completar las líneas de forma vertical, horizontal e incluso diagonal. Además, le cambió el nombre a “Beano”. Mientras su compañía viajaba por Atlanta, sobre 1929, un vendedor de juegos, Edwin S. Lowe, visitó la feria a una hora muy temprana, al salir de una visita comercial, y se encontró que sólo la tienda de Beano estaba abierta, y llena de jugadores, tanto que le fue imposible participar en el juego, pero sí pudo apreciar la excitación y diversión que causaba la gente entre el público presente.
Inmediatamente Lowe supo ver el potencial del juego para popularizarse y hacer dinero. Cuando volvió a su casa en nueva York, creó su propia versión del Beano con unos cartones y unos granos de poroto. Invitó a amigos a su casa para probar el juego, comprobando que ellos también se divertían muchos, iguales que la gente en la feria. Durante el juego, uno de los jugadores gritó accidentalmente “Bingo!”, y el nombre gustó.
Fue un cura de una iglesia de Pennsylvania el que comenzó a promover que se jugara este juego en las iglesias. Uno de los participantes, pensó que sería interesante utilizar el juego para conseguir dinero para la iglesia. Pero con sólo 24 cartones, el cura se encontró que era muy fácil ganar. El cura contactó a Lowe para que produjera más cartones, una gran cantidad con numeraciones variadas y únicas. Lowe, que reconoció el potencial del juego para generar donativos, contactó con un matemático de la universidad de Columbia llamado Carl Leffler, que le ayudó a crear los nuevos cartones, que era lo que el juego necesitaba para convertirse en uno de los juegos más populares y una de las mejores formas de procurar donativos e ingresos a diversas asociaciones.